


Sentado a la mesa del bar observé la pared perforada por una pequeña ventana por donde la luz del sol entraba de lleno y rebotaba contra una puerta abierta, posición en la que podía esconder parte de esa ventana.









Desde donde estaba no se veía el plano soleado de la puerta y aun así sabía que era azul intenso porque la pared se teñía del mismo color efímero. Yo sabía que la pared era blanca, pero no lo era.
"Por último, la cuarta forma de semejanza queda asegurada por el juego de las simpatÃas. Aquà no existe ningún camino determinado de antemano, ninguna distancia está supuesta, ningún encadenamiento prescrito. La simpatÃa juega en estado libre en las profundidades del mundo. Recorre en un instante los más vastos espacios: del planeta al hombre regido por él, cae la simpatÃa de lejos como un rayo; por el contrarÃo puede nacer de un solo contacto —como "estas rosas de duelo que servirán para las exequias", que, por su sola cercanÃa a la muerte, harán que toda persona que respire su perfume se sienta "triste y agonizante". Pero su poder es tan grande que no se contenta con surgir de un contacto único y con recorrer los espacios; suscita el movimiento de las cosas en el mundo y provoca los acercamientos más distantes. Es el principio de la movilidad: atrae lo pesado, hacia la pesantez del suelo y lo ligero hacia el éter sin peso; lleva las raÃces hacia el agua y hace girar, con la curva del sol, a la gran flor amarilla del girasol. Es más, al atraer unas cosas hacia las otras por un movimiento exterior y visible, suscita secretamente un movimiento interior —un desplazamiento de cualidades que se relevan unas a otras; el fuego, por ser cálido y ligero, se eleva en el aire hacia el cual se enderezan incansablemente sus llamas; pero pierde su propia sequedad (que lo emparienta con la tierra) y adquiere asà una humedad (que lo liga al agua y al aire); desaparece después en un ligero vapor, en humo blanco, en nube: se ha convertido en aire. La simpatÃa es un ejemplo de lo Mismo tan fuerte y tan apremiante que no se contenta con ser una de las formas de lo semejante; tiene el peligroso poder de asimilar, de hacer las cosas idénticas unas a otras, de mezclarlas, de hacerlas desaparecer en su individualidad —asÃ, pues, de hacerlas extrañas a lo que eran. La simpatÃa transforma. Altera, pero siguiendo la dirección de lo idéntico, de tal manera que si no se nivelara su poder, el mundo se reducirÃa a un punto, a una masa homogénea, a la melancólica figura de lo Mismo: todas sus partes tenderÃan unas a otras y se comunicarÃan entre sà sin ruptura ni distancia, como las cadenas de metal, suspendidas por simpatÃa del atractivo de un solo imán." (Michel Foucault, Las palabras y las cosas)